Justo donde comienza este tibio deseo es donde muere mi calma...y permanezco así, distante, observándote desde mi letargo.
Más allá de lo idílico, esto es real, guarda el silencio y no mientas, sé que arañas furioso las paredes de la conciencia cuando esta te ahoga, y te encierra.
Aún así...No temo encontrarme sola en algún rincón de tu noche...no temo a perderme en tu piel, en tu sudor, en tu sangre...no le temo a tu hiel.
No les temo a ellos...si, a ellos, Aquellos gigantes que nos observan enjuiciando lo que es permitido y lo que no, no les temo a los árboles que nos van abriendo caminos, no le temo a este viento que castiga mi locura, y poco le temo a tu boca que con cada beso regalado va comiendo mi cordura...y alimentando mi espíritu.
No le temo al cautiverio, si este he de padecerlo sobre tus piernas, no le temo al llanto cuando este nace de la agonía que me provoca tu espera, no le temo a la vida, no le temo a la muerte...no le temo a tus párpados que se duermen sobre los míos esperando que mi voz los apague.
No le temo a tu vientre infame, cuando este está sobre el mío cubriéndolo del suave mantras de nuestra espera...que se repite, y se repite.
No le temo a tus manos, esas manos ciegas que moldean mi cuerpo de piedra, y lo hacen encarnar una y otra vez en el sol ardiente. No le temo a quemarme en tí.
No le temo a tu voz...esa voz que me hace empuñar hacia el cielo mis temores, y dar gracias a nuestra madre, la tierra fecunda que nos une en un mismo espacio vital...
Trazando la vida. Trazando la muerte. Permitiéndo encontrarte y en un instante de luna durmiente, durante un tierno descuido, fugazmente perderte.
Más allá de lo idílico, esto es real, guarda el silencio y no mientas, sé que arañas furioso las paredes de la conciencia cuando esta te ahoga, y te encierra.
Aún así...No temo encontrarme sola en algún rincón de tu noche...no temo a perderme en tu piel, en tu sudor, en tu sangre...no le temo a tu hiel.
No les temo a ellos...si, a ellos, Aquellos gigantes que nos observan enjuiciando lo que es permitido y lo que no, no les temo a los árboles que nos van abriendo caminos, no le temo a este viento que castiga mi locura, y poco le temo a tu boca que con cada beso regalado va comiendo mi cordura...y alimentando mi espíritu.
No le temo al cautiverio, si este he de padecerlo sobre tus piernas, no le temo al llanto cuando este nace de la agonía que me provoca tu espera, no le temo a la vida, no le temo a la muerte...no le temo a tus párpados que se duermen sobre los míos esperando que mi voz los apague.
No le temo a tu vientre infame, cuando este está sobre el mío cubriéndolo del suave mantras de nuestra espera...que se repite, y se repite.
No le temo a tus manos, esas manos ciegas que moldean mi cuerpo de piedra, y lo hacen encarnar una y otra vez en el sol ardiente. No le temo a quemarme en tí.
No le temo a tu voz...esa voz que me hace empuñar hacia el cielo mis temores, y dar gracias a nuestra madre, la tierra fecunda que nos une en un mismo espacio vital...
Trazando la vida. Trazando la muerte. Permitiéndo encontrarte y en un instante de luna durmiente, durante un tierno descuido, fugazmente perderte.